-Este es un fragmento de un trabajo que tuve que hacer sobre el tratamiento de la muerte, tanto en la filosofía como en la literatura-
Naces. Respiras por primera vez gracias a unos toques mágicos de tu primer amigo, el médico. Abres los ojos. Lloras al conocer tu nueva realidad. Conoces a tu madre, la adoras. Creces. Caminas. Juegas. Eres un ser social. Te enamoras. Haces el amor. Estudias. Trabajas. Tienes una bonita casa. Te reproduces, una bonita familia. Tu primer hijo, y el segundo. Pasan los años. Tus hijos crecen, te quieren y te odian, te vuelven a querer...
Y luego.. ¿Qué? La nada, el vacío. Pero como bien dijo aquel existencialista francés de mirada dispersa La nada es nada. No existe... pero entonces y cuando dejamos de existir.. Pues eso, dejamos de existir. No estamos. Adiós memoria, adiós recuerdos, adiós canicas, adiós peonza, adiós primera vez, adiós última vez... ¡Adiós todo!
Aún así seguimos con nuestra vida. Pero Dios ha muerto, es más, lo hemos matado nosotros que lo creamos... y sin embargo sin él no hay esperanza más allá. Una carrera en el que la meta es definitiva. Además no tiene referencias, es radical... No hay más.. ¿Por qué es tan difícil de asumir? Quizás porque se acaba todo... lo bueno y lo malo, lo fabuloso y lo angustiante, lo frío y lo muy caliente... todo.
Quizás una serie de autores; filósofos, literatos, poetas, vividores... nos ayuden a sobrellevar con una u otra solución esta carga existencial. Desde el fuerte Nietzsche hasta el contradictorio Unamuno. Desde el seguro Heidegger al dubitativo Tolstoi. Todos intentan dar una salida a este peso. Unos quieren que miremos de cara a la muerte, y por tanto, a la vida. A otros se les hace más difícil esta angustia y buscan otras salidas metafísicas o religiosas.
“This is the end, my only friend, this is the end” que cantaban The Doors en su particular versión
¿Que nos pasa? ¿No podemos vivir simplemente con lo que nos da la vida?
En “El Séptimo sello” de Ingmar Bergman, el emperador de los existencialistas cinematográficos, tenemos la propuesta de su protagonista Antonio Block. Él cree creer pero no puede creer en un más allá. Pero no rechaza la fé como esperanza porque sino “la vida no tiene sentido”. El protagonista quiere entender y abrazar el racionalismo, sin embargo sigue creyendo. ¿Por qué? Porque nadie puede, según él, ir por la vida sabiendo que luego no hay nada.
¿Entonces nos hace falta un estímulo metafísico para actuar? Dios no sería más que la imagen de la salvación y del perdurar en nuestro propio ser, ciertamente como también lo entiende Unamuno.
¿Y qué nos dice al respecto Zaratustra, el embajador de la vida con v mayúscula? Por supuesto rechaza estas salidas “fáciles”. Nietszche aboga por disfrutar de la vida sabiendo que es finita y que no hay más. Pero es más que disfrutarla; es gozarla, agarrarla por los cuernos, morderla y saborearla hasta el fondo.
¿Y el tratamiento de este tema en otras obras menos “filosóficas” (al menos aparentemente)?
En uno sus cuentos más estremecedores, “Siete Plantas”, Dino Buzzati nos narra la historia de abatimiento de un hombre, Giuseppe Corte, que se interna en un hospital en el que los enfermos se dividen, según su gravedad, en 7 plantas. En la 7ª están los más leves y en la 1ª los moribundos. Ante la extrema levedad de su enfermedad, Corte es trasladado a la séptima planta. Pero a través de confusiones y “casualidades” el protagonista va descendiendo de nivel, a medida que su fuerza moral se va derrumbando. Aunque al principio Corte es reacio a su traslado progresivo hacia las plantas inferiores, su abatimiento hace mella en él hasta que se percata de su cercano final y de lo terriblemente corta que es la vida.
El tratamiento que se hace de la muerte en “El extranjero” de Albert Camus es diametralmente distinto.
Escrita en 1942, año de la publicación de su gran obra ensayística de tono existencial: “El mito de Sísifo”, “El extranjero” narra la historia de Mersault, un francés como cualquier otro. Un ciudadano anónimo que se torna en singular protagonista de la novela. A través de él Camus nos habla de existencialismo y cotidianeidad. Como buen ejemplo de opuesto al Dasein, Mersault tiene una vida tranquila y sosegada. Muy aburrida si la vemos con ojos nietzscheanos. Pero en el momento en el que comete un asesinato y es codeando (cercana en absurdez a “El Proceso” de Kafka), el protagonista siente el peso del desperdicio que ha sido su vida hasta entonces. Uno más, eso es lo que ha sido. Nota como no ha tomado a la vida por los cuernos y lo poco que la ha aprovechado. Ya decía entristecido, Heidegger, que la radicalidad irreferente de la vida sólo la notaba el sujeto cotidiano cuando se encontraba cercana. Es el caso de Mersault o el de Iván Ilich.
Tantos autores, filósofos, poetas, e incluso cineastas han intentado responder a la angustia que, inevitablemente, produce el hecho de nuestro final... sin embargo, ¿Qué es todo esto? ¿Meras soluciones ad hoc? ¿Podemos realmente consolarnos sobre nuestra temporalidad aprendiendo de las enseñanzas de Zaratustra o del buen hacer del Dasein como “ser vuelto hacia el fin”?
Quizás la alternativa atemporal nos angustie menos. Así, la actitud de Iván Ilich al abrazar un último intento de “vida más allá” sea la más confortable; o la de Antonio Block, que no puede dejar de pensar en una inmortalidad como modo de dar sentido a la vida...
¿Pero... es así? A mi modo de ver ambos son buenos intentos para poder afrontar esta angustia existencial. El problema que tenemos, como seres que nos sabemos finitos, es que somos conscientes de que algún día no estaremos en esta vida... ¿O sí? Quizás en los recuerdos de los demás... Pero, ¿Eso nos sirve?, es decir, ¿Nos hará sentir mejor cuando estemos en el lecho de muerte?
...Demasiadas preguntas para tan poca vida....
2 comments:
Oye, pues si que es interesante tu reflexión, qué pena que no haya ningún comentario al respecto...
fdo: yo mismo, jejej
(a ver si así me lee alguien...)
Es bastante interesante sí... ¡El primer párrafo me encanta! Yo estoy de acuerdo con Nietszche, pero aunque sepamos que no hay nada más después de la muerte creo que es imposible hacerse a la idea de dejar de existir...
Éste y el post de los 80 me han gustado especialmente, no dejes de escribir aunque pienses que no te lee casi nadie!
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