Tuesday, June 24, 2008

Dexter, o Cómo aprendí a amar al asesino!


Dexter, Dexter, Dexter....

Hoy quiero hablar de una de las mejores series de suspense de la historia de la televisión.

Y me atrevo ha emitir tan radical juicio porque esta serie se enmarca dentro de la edad de oro de las series de televisión que, por fortuna, nos está tocando vivir.

Si nuestros padres o abuelos pudieron disfrutar de la gran época dorada del cine, en la que brillaban con luz propia grandes directores como John Ford, Orson Welles, John Huston, Billy Wilder, David Lean, Alfred Hitchcock, etc. Nosotros tenemos el privilegio de estar inmersos en la gran ola de la ficción televisiva.
Gracias a cadenas americanas como HBO (Los Soprano, Six feet under), Showtime (Dexter, Weeds), ABC (Lost, Boston legal), Fox (Simpsons, Futurama) o NBC (The Office, My name is Earl) podemos disfrutar de la mayor calidad, en cuanto a ficción se refiere, de toda la historia de la televisión.

Pero de entre todas estas grandes series mencionadas, quería destacar la que para muchos es la mejor serie del 2006: Dexter.
Parece que Cuatro va a empezar a emitirla a partir de este miércoles. Sin duda es un gran acierto, aunque siempre tendrá el handicap de no verse en idioma original (la voz de Michael C. Hall, que hace de Dexter, está fatalmente doblada, al igual que pasa en "Six Feet Under") y de que el nivel intelectual del espectador medio de television en España seguramente imposibilitará su mayor difusión.
Me gustaría saber las cifras de audencia que obtiene la serie. En EEUU ha sido un éxito durante dos temporadas. En España, el país donde triunfa el producto casposo-nacional televisivo, lo tendrá más complicado.

Dexter está basada en el best-seller de Jeff Lindsay "Dark Dreaming Dexter" y narra la vida, en primera persona, de un forense experto en sangre de la policía metropolitana de Miami (los municipales, que diría un castizo). Tiene una hermana, tambíen policía, y una novia cariñosa y amable . Dexter es un tipo sencillo y cordial. Un hermano que escucha y un novio que comprende, incluso un padrastro "guay" para los hijos de su novia...
Pero detrás de esa bonita imagen social se encuentra uno de los mayores psicópatas de Miami.
Su afición no es la pesca ni jugar a los bolos, como creen sus amigos, sino coleccionar muestras de sangre conseguidas de sus víctimas, a las que escoge cuidadosamente y mediante un método casi-perfecto.

Pero no, Dexter no es un psicópata más. No profesa sentimiento alguno por nadie, pero no mata a cualquiera. Él tiene un código. Un código que le ha inculcado su padre adoptivo Harry, un antíguo policía.

Todas sus actitudes y conductas son finjidas gracias a las enseñanzas de su padre adoptivo, que consiguió enseñarle una especie de código de conducta con el que poder aliviar su pasión por la sangre y ayudar al sistema judicial cuando este no funcionase. Es un código sencillo: Dexter debe encontrar a los peores y más crueles criminales que, por alguna razón, no han sido condenados. Despues de comprobar sus crímenes, debe atraparlos y... asesinarlos.
De esta forma Dexter logra satisfacer sus instintos atrofiados más primarios y le hace un bien a la ciudad.
¿Se trata de un justiciero oscuro? (Dark defender le llaman durante la 2ª temporada) ¿una especie de superhéroe extremo? Quizás fuera la única opción que tuvo Harry para canalizar el impulso asesino de Dexter...

Esta serie es enorme por varios motivos.
Se basa en un sólido guión en el que el suspense se entrelaza con maestría con la reflexión moral del protagonista que nos llega a nosotros. Los actores principales y secundarios representan con gran calidad este colage de personajes que rodean a nuestro psicópata, un Michael C. Hall al que ya se le pudo apreciar en "Six Feet Under" con un rol completamente diferente.
Desde la malhablada hermana Debra (Jennifer Carpenter), al siempre simpático Batista (David Zayas), la terrible Teniente LaGuerta (o lagarta, según les caiga), interpretada por Lauren Velez; o el impulsivo y a la vez escéptico Doakes (Erik King); sin olvidar al bizarro Masuoka (C.S. Lee). Todos ellos compañeros de Dexter en la policía de Miami.
Siento especial predilección por la novia de Dexter, Rita, intepretada con gran dulcura por Julie Benz; y por el genial James Remar intepretando al padre de Dexter, Harry (al que sólo conocemos mediante flashbacks).

Además esta serie posee algo muy perturvador. Empatizamos de tal manera con el protagonista que, sin percatarnos, podemos incluso llegar a justificar sus acciones. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué adoptamos esa actitud condescendiente con Dexter? ¿Acaso él haría lo mismo con nosotros?

Quizás esto sea carne de otro "asado post-izo", pero se podría analizar la causa de la actitud condescendiente que adoptamos los espectadores ante personajes televisivos tan perversos como el del propio Dexter o el de Toni Soprano de "Los Soprano", etc.

En fin, mi deseo es que la serie triunfe y que llegue al gran público. Es terrible que tenga que verse doblada, ya que se pierde todo el énfasis "actorial" original. Espero que, si gusta, la gente empieze a verla subtitulada (no saben cuánto ganarán).

Ps: No se pierdan en la segunda temporada la aparición espectacular del gran Keith Carradine.
Y disfruten de la intro, en mi opinión, una de las mejores que se ha hecho para un serie en los últimos años.

Un saludo. Despido la conexión.

Meditabundo... en su mundo.

Wednesday, June 04, 2008

El Hombre: El Ser que se sabe Finito


-Este es un fragmento de un trabajo que tuve que hacer sobre el tratamiento de la muerte, tanto en la filosofía como en la literatura-


Naces. Respiras por primera vez gracias a unos toques mágicos de tu primer amigo, el médico. Abres los ojos. Lloras al conocer tu nueva realidad. Conoces a tu madre, la adoras. Creces. Caminas. Juegas. Eres un ser social. Te enamoras. Haces el amor. Estudias. Trabajas. Tienes una bonita casa. Te reproduces, una bonita familia. Tu primer hijo, y el segundo. Pasan los años. Tus hijos crecen, te quieren y te odian, te vuelven a querer...

Y luego.. ¿Qué? La nada, el vacío. Pero como bien dijo aquel existencialista francés de mirada dispersa La nada es nada. No existe... pero entonces y cuando dejamos de existir.. Pues eso, dejamos de existir. No estamos. Adiós memoria, adiós recuerdos, adiós canicas, adiós peonza, adiós primera vez, adiós última vez... ¡Adiós todo!

Aún así seguimos con nuestra vida. Pero Dios ha muerto, es más, lo hemos matado nosotros que lo creamos... y sin embargo sin él no hay esperanza más allá. Una carrera en el que la meta es definitiva. Además no tiene referencias, es radical... No hay más.. ¿Por qué es tan difícil de asumir? Quizás porque se acaba todo... lo bueno y lo malo, lo fabuloso y lo angustiante, lo frío y lo muy caliente... todo.

Quizás una serie de autores; filósofos, literatos, poetas, vividores... nos ayuden a sobrellevar con una u otra solución esta carga existencial. Desde el fuerte Nietzsche hasta el contradictorio Unamuno. Desde el seguro Heidegger al dubitativo Tolstoi. Todos intentan dar una salida a este peso. Unos quieren que miremos de cara a la muerte, y por tanto, a la vida. A otros se les hace más difícil esta angustia y buscan otras salidas metafísicas o religiosas.

“This is the end, my only friend, this is the end” que cantaban The Doors en su particular versión del mito edípico. Pero, unas u otras soluciones, ¿Realmente nos tranquilizan? Desde luego al Mersault de Camus no, en cambio al angustiado de Ivan Ilich, que se refugia en la esperanza post-morten, puede que sí.

¿Que nos pasa? ¿No podemos vivir simplemente con lo que nos da la vida?

En “El Séptimo sello” de Ingmar Bergman, el emperador de los existencialistas cinematográficos, tenemos la propuesta de su protagonista Antonio Block. Él cree creer pero no puede creer en un más allá. Pero no rechaza la fé como esperanza porque sino “la vida no tiene sentido”. El protagonista quiere entender y abrazar el racionalismo, sin embargo sigue creyendo. ¿Por qué? Porque nadie puede, según él, ir por la vida sabiendo que luego no hay nada.

¿Entonces nos hace falta un estímulo metafísico para actuar? Dios no sería más que la imagen de la salvación y del perdurar en nuestro propio ser, ciertamente como también lo entiende Unamuno.

¿Y qué nos dice al respecto Zaratustra, el embajador de la vida con v mayúscula? Por supuesto rechaza estas salidas “fáciles”. Nietszche aboga por disfrutar de la vida sabiendo que es finita y que no hay más. Pero es más que disfrutarla; es gozarla, agarrarla por los cuernos, morderla y saborearla hasta el fondo.


¿Y el tratamiento de este tema en otras obras menos “filosóficas” (al menos aparentemente)?

En uno sus cuentos más estremecedores, “Siete Plantas”, Dino Buzzati nos narra la historia de abatimiento de un hombre, Giuseppe Corte, que se interna en un hospital en el que los enfermos se dividen, según su gravedad, en 7 plantas. En la 7ª están los más leves y en la 1ª los moribundos. Ante la extrema levedad de su enfermedad, Corte es trasladado a la séptima planta. Pero a través de confusiones y “casualidades” el protagonista va descendiendo de nivel, a medida que su fuerza moral se va derrumbando. Aunque al principio Corte es reacio a su traslado progresivo hacia las plantas inferiores, su abatimiento hace mella en él hasta que se percata de su cercano final y de lo terriblemente corta que es la vida.

El tratamiento que se hace de la muerte en “El extranjero” de Albert Camus es diametralmente distinto.

Escrita en 1942, año de la publicación de su gran obra ensayística de tono existencial: “El mito de Sísifo”, “El extranjero” narra la historia de Mersault, un francés como cualquier otro. Un ciudadano anónimo que se torna en singular protagonista de la novela. A través de él Camus nos habla de existencialismo y cotidianeidad. Como buen ejemplo de opuesto al Dasein, Mersault tiene una vida tranquila y sosegada. Muy aburrida si la vemos con ojos nietzscheanos. Pero en el momento en el que comete un asesinato y es codeando (cercana en absurdez a “El Proceso” de Kafka), el protagonista siente el peso del desperdicio que ha sido su vida hasta entonces. Uno más, eso es lo que ha sido. Nota como no ha tomado a la vida por los cuernos y lo poco que la ha aprovechado. Ya decía entristecido, Heidegger, que la radicalidad irreferente de la vida sólo la notaba el sujeto cotidiano cuando se encontraba cercana. Es el caso de Mersault o el de Iván Ilich.

Tantos autores, filósofos, poetas, e incluso cineastas han intentado responder a la angustia que, inevitablemente, produce el hecho de nuestro final... sin embargo, ¿Qué es todo esto? ¿Meras soluciones ad hoc? ¿Podemos realmente consolarnos sobre nuestra temporalidad aprendiendo de las enseñanzas de Zaratustra o del buen hacer del Dasein como “ser vuelto hacia el fin”?

Quizás la alternativa atemporal nos angustie menos. Así, la actitud de Iván Ilich al abrazar un último intento de “vida más allá” sea la más confortable; o la de Antonio Block, que no puede dejar de pensar en una inmortalidad como modo de dar sentido a la vida...

¿Pero... es así? A mi modo de ver ambos son buenos intentos para poder afrontar esta angustia existencial. El problema que tenemos, como seres que nos sabemos finitos, es que somos conscientes de que algún día no estaremos en esta vida... ¿O sí? Quizás en los recuerdos de los demás... Pero, ¿Eso nos sirve?, es decir, ¿Nos hará sentir mejor cuando estemos en el lecho de muerte?

...Demasiadas preguntas para tan poca vida....